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Clausura

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“El alma Oblata tiene que romper las tapias del convento y surcar los mares y llegar hasta el último confín de la tierra con la misma caridad con que Cristo está presente, con su mismo Amor Redentor [...] Desde el escondite de su vida “escondida con Cristo en Dios”, vacía de toda mira personal, entregado todo su ser en oblación “pro eis et pro Ecclesia”, sabe ir muriendo, es envoltura del Corazón de Cristo, para que ese “los amó hasta el fin” llegue hasta el último término de la tierra. Y aquel misionero perdido, desconocido en su misión; aquel sacerdote incomprendido; aquel otro en peligro; aquel lleno de ilusiones, pero sin posibilidades; aquel otro demasiado sostenido por sí mismo... Todo ese mundo de sacerdotes..., hombre entre los hombres, segregado para ser otro Cristo en donde Él deposite sus mismos poderes. ¿Qué siente el corazón de Cristo? Los hace “otros Él” y tienen que llegar a la realidad de que sólo Cristo sea su vida y exigencia. Y no están inmunizados, porque, sin ser del mundo, están en él. Tienen que estar en el mundo siendo de Dios; tienen que darse a las almas sin perder su permanencia en solo Dios. Ese mundo de peligros, de lucha, de dificultades, de tentación, de tensión, de camino borroso, de poca ayuda..."

Madre María del Carmen

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La oblata vive en Cristo y en Él ama a todas las almas. Es con su vida de oración y sacrificio como coopera espiritualmente para que la edificación de la ciudad terrena se funde siempre en Dios y a Él sólo se ordene.

La  clausura nos permite vivir con libertad una vida recogimiento e intimidad orante, escondidas con Cristo en Dios.

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