Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote
Por ellos y por la Iglesia
Un día en la vida de una Oblata
La vida de la Oblata está totalmente consagrada a Dios; por ello todas las horas del día y de la noche están dedicadas a la alabanza divina, a la oración. Es una vida sencilla en un clima de silencio y alegría. A veces parece que son palabras opuestas pero, en la vida de la Oblata, silencio y alegría suenan al unísono.
Oración… esa es su vida, una oración incesante. La oblata pasa un gran tiempo junto al Sagrario, acompañando a Jesús. La oración mental es indispensable para el encuentro personal con el Esposo, para estar a solas con Él. Pero también hay un tiempo de oración comunitaria en el que la oblata, se dirige a Dios, se dirige a Madre y pide por toda la Iglesia. Viven la Liturgia, pues alimenta su espiritualidad. Rezan las letanías de Cristo Sacerdote, el Ángelus, el Rosario, La liturgia de las Horas.
A las 9,00 ha llegado el momento central de su día; central, porque será lo más importante. Por eso es que, al empezar el día, escucha la Palabra de Dios y recibe a Jesús en la Eucaristía. Desde ese momento, Le llevará dentro. Ahora no será ella, sino Jesús quién actúe en ella. Dócil a la voluntad de Dios dejará que Jesús viva en ella todo el día.
Cada una tiene sus funciones, la sacristía, la cocina, la costura, la huerta, el torno, los trabajos del convento….
Cada una dará lo mejor de sí misma en cada trabajo, que irá realizando en los momentos dedicados a ello a lo largo del día.
El trabajo es parte de su oración diaria, ofrecido a Dios por la salvación de las almas, por los santidad de los sacerdotes.
Una de sus tareas es la costura: albas, vestiduras para la celebración Eucarística… La oblata cose, borda con amor.
A veces se dice que las monjas son las que mejor cosen, las que mejor hacen los dulces, que cantan como los ángeles… El secreto está en el amor que ponen en cada uno de sus actos, en que todo es una oración que vuela hasta el Cielo, que en todo lo que hacen está Dios.
Llega la hora de la comida, e igual que en el desayuno o la cena, la oblata se dirige al refectorio. Allí, junto a todas las hermanas le espera un plato de comida sobre una mesa de madera y un banco donde sentarse. La comida es también un tiempo dedicado a Dios y, allí escuchará alguna lectura, quizás hoy la vida de un santo. Los domingos y festivos escuchará canto gregoriano.
Cada día, la oblata, además de sus oraciones, tiene un rato de lectura y también tiempo libre. Sin embargo, todos esos momentos seguirán estando ofrecidos a Dios por ti y por mí, por los sacerdotes, por toda la Iglesia.
Por la tarde, la oblata, junto a toda la Comunidad, alzará su voz al cielo dirigiéndose a Madre, en esa oración que es el Santo Rosario. ¡Cuánto le gusta a la Virgen esa oración! El Rosario es como un paseo por la vida de Cristo de la mano de María, es meditar cada misterio con los ojos y el corazón de la Virgen.
La formación también ocupa un lugar importante en la vida de la oblata, especialmente en la etapa de noviciado y juniorado. Semanalmente la novicia y, quincenalmente la profesa, la oblata recibe formación sobre la Congregación, el Carisma de Madre MªCarmen, la oración mental… Pero esta formación no es sólo parte de estas dos etapas, la oblata estará en continua formación toda su vida: oración, Biblia, Liturgia, Teología… Lo que se aprende en una casa llega a todas.
Aparte del recreo de los jueves y domingos que la oblata comparte con toda la Comunidad, los días festivos son una auténtica fiesta en el Convento: la Comunidad se reúne en torno a Madre en un ambiente de alegría, de familia; comidas de campo, coloquios… Y es que la Oblata se alegra con Cristo y con María en cada festividad.
“El que canta reza dos veces” Y eso es lo que hace la oblata cada noche, después de la cena: ensayo de canto gregoriano. La oración de la oblata vuela de nuevo al cielo, esta vez, en forma de canto; igual que volará cada domingo, cuando la oblata, en la solemnidad de la Santa Misa canta a Dios en gregoriano.
Así, llega el final del día. Después de un largo día de oración, trabajo, sacrificios, ofrecimientos…, la oblata reza completas y se prepara para descansar. Al final del día, dará nuevamente gracias a Dios por todo lo ocurrido, pedirá perdón por sus fallos y con ánimo de superación y agradar a Dios, formulará sus propósitos para el día siguiente.
Es hora de descansar, para mañana, comenzar un nuevo día para amar a Dios. Pero incluso durante la noche, no dejarán solo a Jesús ni un instante. Como han venido haciendo durante el día, por la noche harán turnos para acompañar y adorar a Jesús en el Sagrario.
Y mientras la oblata duerme, su sueño seguirá siendo una oración “pro eis” y por la Iglesia, que incesante se dirige al Cielo.